El
fin del efecto de la droga pone al adicto en una situación desesperante. El
único objetivo en mente es encontrar la manera de conseguir una nueva dosis de
cocaína, en este caso, para volver a sentir esa estimulación que tanta
satisfacción le genera. No importa cual sea la manera, el fin, para ellos,
justifica los medios.
El
adicto puede llegar a cometer hurtos o robos para obtener la plata (que por su
cuenta no podría reunir o que su familia le ha negado) necesaria para obtener
una nueva medida de cocaína.
La
abstinencia y la desesperación que esta conlleva son dos factores que pueden
llevar al adicto a generar situaciones violentas y agresivas en la vía pública,
el seno familiar o en un ámbito social.
Los
adictos que son considerados consumidores mayores (por la cantidad de cocaína
que requieren) suelen sentirse amenazados y paranoicos todo el tiempo
recurriendo a la agresión como método de defensa.
Estas
conductas, realizadas en forma recurrente, hacen que el adicto quede bajo la
lupa de la sociedad. En muchos casos la discriminación y la desvalorización
personal se transforman en moneada corriente para el adicto, que sentirá un vacío social insostenible.
Fuente: Fundación Manantiales